viernes, setiembre 02, 2005

15.
Droguerto se ríe. Estamos sentados en algún lugar de la ciudad, no podría precisar exactamente dónde, nada más logro percibir la vía expresa, todos ésos automóviles avanzando a través de la noche, un río de luces amarillas que logro percibir en la ebriedad. Miguel y yo nos miramos. Droguerto está apoyado contra la baranda del puente. Mira aquel río de fuego entre las demás luces de la ciudad que se confunden con la noche.
- ¿Cómo será la caída? -pregunta.
- He escuchado que el miedo consiste más en tirarse que a caer -le digo.
No estoy muy seguro de cómo llegué hasta allí. Intento preguntárselo a Miguel pero él está discutiendo algo con Droguerto. Ambos están muy pasados. Intento refrescar mi memoria pero lo último que recuerdo es un parque en la zona más residencial de la Victoria, cerca a la cuadra ocho de Canadá, lleno de árboles muertos y pasto cubierto de tierra, con una banca en buen estado y otra apoyada con un par de ladrillos. Una negra con el pelo teñido a la que le solemos comprar al por menor.
Droguerto y Miguel siguen discutiendo. Ha pasado media hora. El tráfico se ha tranquilizado un poco. Abajo nuestro, en la vía expresa, los automóviles parecen insectos alucinados. Luces rojas y amarillas avanzando sin importarles nada en este mundo. De pronto me siento angustiado. Mis dos únicos amigos están peleando. No entiendo muy bien de qué se trata. Pero podría jurar que es por alguna chica que viste de negro y escucha canciones inéditas de Andrés Calamaro todo el día. Es el único tipo de chica que existe para Droguerto y Miguel. El caso es que ambos están empujándose el uno al otro para ver quien cae primero. Y yo me imagino el cadáver de uno de ellos tendido sobre la pista, causando un choque múltiple y dejando a varios en Emergencia esta noche.
El caso es que después de un rato caminamos por la avenida Benavides dando tumbos mientras se hace tarde, y poco a poco nos vamos alejando de la vía expresa. Llegamos a lo que es el parque Reducto. Deben ser las once y media de la noche. No me acuerdo de nada, pero estoy seguro de que hemos empezado temprano hoy.
- ¿Cuántos años tiene?
Todo resulta muy confuso. Mientas caminamos, la ciudad da vueltas y vueltas. La neblina ciega nuestro camino de regreso y nos hace avanzar a tientas por la calle. Ninguno se anima a tomar un micro, o un taxi, por lo que seguimos caminando.
- Por favor. No es nada más que algo platónico.
- Qué bueno que lo tomes así -dice Droguerto, que está fumando algo. No me doy cuenta de qué es, pero se lo pido y fumo. De pronto me siento muy mal, y recuerdo que he bebido pisco (siento ese sabor en mi boca), por lo que me tengo que arrodillar, y todo da vueltas y vueltas. Y escucho que Miguel dice:
- ...y estaba allí. Era una chica de unos dieciséis o dieciocho años. Su dentista era un chico moreno de bata celeste, llevaba una de ésas cosas que se usan para cubrirse la boca. En fin, era hermosa...
- Y tu dentista.
- Ella es diferente.
- ¿Por qué? ¿Es especial?
Miguel se ofusca. Yo intento reponer mi estabilidad, sentado al borde de la pista, pero no puedo. No lo logro hacer. En seguida Miguel dice:
- Mira, Droquerto, cuando una chica viene y te toca así la boca...
- Es tu dentista huevón.
- Y eso qué tiene que ver.
En el fondo la discusión nos lleva a un tema muy claro para mí, y no me siento bien hoy, por lo que no digo nada, y mi dos únicos amigos siguen peleándose por una chica que a lo mejor no le importa nada, tomando en cuenta que es una chica que se viste de negro y escucha canciones inéditas de Andrés Calamaro todo el día...
- Qué tendrá que ver Paty con esto, huevón. De qué estás hablando...
- ¡Mario!... ¡Mario!
Me llevan en brazos. Estoy en la puerta de mi edificio. Mi cabeza cuelga como un péndulo. Me siento terriblemente mal, y por alguna extraña razón solo logro articular palabras para decir cosas como: ¡mierda! ¡la vida es una mierda!. Y cuando atravieso el umbral de la puerta, mis amigos me dicen adiós, y amanezco acurrucado en el estacionamiento del edificio junto a un Munstand negro.